Historia de un fotógrafo cubano que conquistó La Habana con su lente

Desde una pequeña Yashica hasta dirigir Eikonhabana, esta es la historia de un fotógrafo cubano que luchó con ingenio y amor para iluminar La Habana con su lente.


Los comienzos: mi trayectoria como fotógrafo en Cuba

Comencé en la fotografía en La Habana, Cuba, allá por 1999. Todo empezó sin grandes planes, cuatro meses después del nacimiento de mi primera hija. Yo solo quería una cámara para ahorrarme el dinero de las fotos del estudio, pero el destino —como buen cubano— tenía otra jugada preparada para mí. Lo que empezó por ahorro terminó siendo la pasión que me cambió la vida.

Con el tiempo me di cuenta de que tenía buen ojo para capturar momentos, para congelar emociones. Así que me metí a estudiar en la Editorial Pablo de la Torriente Brau, con el profesor Félix Arencibia, y pasé talleres con Julio Bello, Nanci Ángulo. Recuerdo todavía una clase magistral de Korda, un monstruo de la fotografía cubana. Aquello me abrió los ojos: esto era lo mío.

Hoy, muchos años después, desde Ávila, España, sigo con la misma pasión por la fotografía y el arte visual, llevando esa esencia cubana a cada nuevo proyecto.


Mis primeras cámaras y trabajos de fotografía

Mi primera cámara me costó 60 dólares. Una Yashica de los años 60 con lente de rosca 50 mm, chiquita, modesta, pero tremenda guerrera. Lo primero que retraté fue a mi niña, claro. Después, como por arte de magia, vinieron un cumpleaños, una boda y unos quince años… todo eso en un mes. Fue ahí cuando entendí que la fotografía no era un pasatiempo, era mi camino.


De la vocación a vivir de la fotografía en La Habana

Yo vivía del dinero de la fotografía, pero nunca pensé hacer de ella mi profesión. Mi meta en aquel entonces era ser pastor cristiano. Pero la vida, que a veces te cambia el libreto, me llevó por otro rumbo. En 2005 me separé de mi primera esposa y con eso se fueron mis aspiraciones religiosas. Así que me dije: “hay que comer, hay que echar pa’lante”. Y me enfoqué de lleno en crecer como fotógrafo.

Tenía una Nikon EM, la más sencilla de las Nikon, con un lente 28–85 que era una joya, y un flash Vivitar 283 que me salvaba la vida. Con eso y mucha inventiva, me tiré pa’ la calle. Repartía tarjetas por todo San Miguel, haciendo fotos y videos de cumpleaños. El video lo grababa con una Hitachi que mi vieja trajo de Japón. Todo el paquete, fotos y video, por 25 dólares. ¡Y qué grandes eran esos 25 dólares en aquel entonces!


La llegada de la fotografía digital a Cuba

Por esa época empezó a entrar la fotografía digital en Cuba. Casi nadie tenía una cámara digital, y las pocas que había eran de aficionados. Mi hermano me prestó una camarita de esas, que me duró solo diez días. Subí a una guagua y, ya tú sabes… me la robaron. ¡Un regalo pa’l ladroncito! Pero no me rendí. Seguí retratando cumpleaños y fiestas hasta que pude comprarme otra. Fue como volver a respirar.


La era de los montajes y los 15 años

Por aquellos tiempos se puso de moda el montaje. Los niños querían salir con el Rey León, las niñas con la Sirenita y las quinceañeras soñaban con una foto con Brad Pitt o el reguetonero de moda. Así que me metí de lleno en eso. El Photoshop, que al principio me pareció una curiosidad, se convirtió en mi mejor socio. Empecé con la versión 3.0 y cuando llegó la 7 ya no dormía: vivía editando.

Fue entonces cuando se inventó el “15 low cost”: las quinceañeras se hacían las fotos sin traje, y nosotros les montábamos el vestido digitalmente. ¡Qué trabajo daba ponerle el traje de una flaquita a una gordita! ¡Y ni hablar si la pose no cuadraba! Eran horas y horas frente a la pantalla, pero daba más dinero que los cumpleaños. Subimos la oferta a 55 dólares con video editado y 24 fotos.

Eso sí, terminaba más agotado que un zapatero en diciembre. Así que me asocié con un costurero que hacía trajes de quinceañera a la medida. Y ahí sí, cambió todo. Los trajes reales le dieron otro nivel al negocio.


foto con olympus 410 y el vivitar 283, tomada de facebook

El salto a los estudios fotográficos en La Habana

Con los trajes de verdad, las clientas empezaron a llegar sin parar. Algunas querían montajes, otras el traje real. Ya yo tenía una Olympus 410 digital de 10 megapíxeles y un estudio improvisado con luces inventadas. Y aunque todo era casero, las fotos quedaban de lujo.

Fue entonces cuando conocí a la mujer de mi vida. Ella administraba una casa de quinceañeras donde yo fui a sustituir al fotógrafo oficial. Era tan organizada y eficiente que no solo me enamoró, también puso orden en mi vida. Me ayudó a profesionalizar el estudio, a pensar en grande.

Empezamos a comprar trajes de Quinceañera Collection, a 300 dólares cada uno. Para poder comprar los primeros, tuvimos que pedir a los trabajadores que esperaran el pago hasta el lunes. Pasamos dos semanas comiendo “perro caliente y agua fría”, pero valió la pena. Las fotos eran un éxito, las clientas felices, y los montajes quedaron atrás. La fotografía ya era nuestro proyecto de vida.


La expansión

Se nos dio la oportunidad de alquilar un espacio en la antigua Tienda Fin de Siglo, para montar un estudio de niños. Añadimos más gente: un publicista, una secretaria y un fotógrafo para los retratos infantiles. Ese estudio fue un palo. Los niños eran un público constante y además traían a las futuras quinceañeras.

La demanda creció tanto que tuvimos que abrir también los sábados. El otro fotógrafo de quinceañeras, Ariel Mena, y yo no dábamos abasto. El estudio principal se nos quedaba chiquito. Había días con dos familias haciéndose fotos, otras dos escogiendo álbumes y otras firmando contratos. Recuerdo un sábado con 19 familias en el portal esperando. ¡Una locura! Todo eso en la casa prestada por mis viejos, con el baño sin terminar y el techo medio caído… pero llena de sueños.

A medida que el negocio crecía, también lo hacía nuestro equipamiento.
Fuimos mejorando poco a poco: mejores luces, fondos más profesionales, computadoras más rápidas para editar, y por supuesto, las cámaras, que eran el alma de todo.
Comencé con la Nikon D90, que me abrió la puerta al mundo digital; después llegó la D7000, más precisa y resistente.
Con la D800 dimos un salto de calidad, y con la D810 alcanzamos un nivel que ya nos ponía a competir con cualquier estudio serio.
La última, la D850, fue el sueño cumplido: una cámara que parecía leer la luz como si entendiera lo que uno sentía detrás del lente.
Cada una representó un paso adelante, un sacrificio, una victoria más en el camino de Eikonhabana.

El equipo que tenia nikon d850

Eikonhabana y Logos

Entonces llegó el gran salto: compramos una casita en la Calzada de Güines, frente a los bomberos. Allí nació oficialmente Eikonhabana. Le hicimos un cuarto solo para trajes, un estudio de 9×3.5 metros, una oficina y una salita de espera. ¡Otro nivel! Además, lanzamos la web eikonhabana.com (que con el tiempo se perdió, ahora eikonhabana.net), y empezaron a llegar clientes desde Miami, España, México… gente con mejor economía y con ganas de pagar por calidad.

En diciembre de 2016 hicimos una fiesta en la azotea de Eikonhabana. Éramos 33 trabajadores entre custodios, fotógrafos, editores, publicistas, mensajeros y un informático. ¡De una sala prestada a una empresa con alma cubana! Aquel día sentí que había llegado.

Más adelante, cuando el fotógrafo Ramón Delfín dejó Cuba, aproveché y alquilé su local en el Vedado. Allí montamos Logos, nuestro segundo estudio. Eikonhabana tenía dos sesiones diarias de quinceañeras y Logos una más. Más los niños… ¡una locura hermosa!


El final de una era: del fotógrafo cubano al fotógrafo en Ávila

Pero ya tú sabes cómo es Cuba; en aquellos años: cuando algo empezaba a brillar, enseguida llegaba la sombra.
En 2017, la ONAT lanzó una ola de inspecciones sobre todos los fotógrafos de La Habana que tenían cierto éxito, sobre todo los que aparecíamos anunciados en las Páginas Amarillas.
Paradójicamente, esas mismas Páginas Amarillas eran un proyecto del propio gobierno, que dos años antes había autorizado por primera vez que los cuentapropistas se anunciaran, cobrando tarifas altísimas por hacerlo.
Muchos fotógrafos invirtimos grandes sumas para estar allí, y poco después esa visibilidad se volvió nuestra condena: a casi todos nos cayeron auditorías y multas enormes.

En aquel entonces no existían las empresas privadas.
Trabajábamos bajo licencias individuales de “fotógrafo”, y aunque Eikonhabana funcionaba como un estudio con estructura, legalmente solo se me reconocía a mí como titular.
Detrás había un equipo completo: fotógrafos, editores, maquillistas, secretarias, mensajeros, custodios, personal de limpieza e incluso un informático.
Cada cual cobraba por porcentaje según su labor, y las secretarias recibían además un salario base con un bono por rendimiento.
En promedio, entre el 60 y el 70 % de cada oferta se destinaba a cubrir salarios, impresiones, encuadernados, transporte y materiales.

Sin embargo, la ONAT no reconocía esa estructura.
Según su normativa, como mi licencia era de fotógrafo, solo podía deducir un 35 % de los ingresos brutos —como si todo lo demás fuera ganancia personal.
Ese absurdo cálculo me generó una deuda de 18 000 CUC, equivalente a más de 18 000 dólares, una cifra imposible para la realidad cubana de entonces.

Intenté explicar, mostrar comprobantes, justificar cada gasto, pero no hubo forma.
Las visitas, advertencias y presiones se volvieron constantes.
Y en medio de esa persecución entendí que si seguía en Cuba, no me condenarían por un delito, sino por tener éxito trabajando honradamente.

Cerramos la publicidad, vendimos el estudio de niños, paramos Logos en el año 2020 con el COVID y, finalmente, en 2022, vendimos Eikonhabana y emigramos a España, a un pueblito que nos acogió con un arcoíris el primer día que llegamos . Fue duro, durísimo. Dejamos atrás los muros que vieron nuestro esfuerzo, nuestras risas y desvelos. Pero la fotografía… esa sí se vino con nosotros. Porque esa pasión, esa llama, no hay dictadura que la detenga.


Epílogo: La luz que no se apaga

Hoy miro atrás y me doy cuenta de que todo valió la pena.
Desde aquella Yashica de 60 dólares hasta las luces inventadas con cinta y alambre, cada foto fue una lección, cada cliente una historia.
Cuba me enseñó que el arte no depende de los recursos, sino del corazón.

Y aunque cambiaron los paisajes, la pasión sigue intacta.
Hoy, desde Ávila, España, sigo haciendo lo que amo: capturar la vida con toda su luz, su lucha y su verdad.
La fotografía me dio raíces en La Habana y alas en Ávila —y en cada disparo del obturador, hay un pedacito de las dos.

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Iván Calás, fotógrafo y diseñador web SEO en Ávila
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